En el capítulo anterior hablaba del burnout que padecí y como me llevó a dejar la empresa en la que trabajaba.
Me gusta recrearme en esto, no por gusto personal o vanidad, sino porque soy consciente de la cantidad de gente que está sufriendo un burnout sin saberlo y son las personas de su entorno más cercano los que deben tomar cartas en el asunto, como a mi me sucedió. Con un poco de suerte, algún lector de este blog conoce a alguien con síntomas de burnout y puede, leyendo esto, echarle una mano. También sé que mucha gente (mucha, mucha, mucha) que esté en el camino de serlo. A ellos, a todos, os digo que la clave del burnout está en gestionarlo y atenuarlo antes de que ocurra.
Como dije en el primer capítulo, soy ingeniero y aquí viene una primera prueba. Nuestra resiliencia mental es muy similar a la resiliencia de los metales. En ingeniería aprendimos sobre el punto elástico de los materiales, que resumido viene a decir que todo metal tiene un punto elástico. Si aplicamos una fuerza o tensión por debajo del punto elástico de ese metal, el material se deforma proporcionalmente y es capaz de volver a su forma y dimensión anterior cuando se elimina la tensión. Pero si esa tensión a la que sometemos al material es mayor que su punto elástico, este se deforma para siempre, es decir, no volverá a su forma y posición original. Nuestra mente, según mi experiencia ,es igual. Uno puede y debe manejar las tensiones mentales y emocionales y el estrés para que estén siempre por debajo de su límite, y así, se consigue vivir con ellas sin secuelas. Esto se consigue parando de vez en cuando, viajando a sitios que relajen, teniendo tiempo para uno mismo, haciendo aquello que más nos gusta y nos llena, etc… en otras palabras, conectándose con uno mismo, buscando y facilitando puntos de encuentro con nuestra propia alma.
Si no somos capaces de hacerlo en la intensidad suficiente para compensar las tensiones externas, estas llegarán a superar nuestro límite y ahí, empiezan los problemas de verdad, pues nunca volveremos a ser los de antes. Ese estrés va a marcar unas huellas en nosotros que serán imborrables. Se le llama trauma.
En mi caso, no fui capaz de compensar lo negativo externo que me llegaba porque era de tal intensidad y frecuencia diaria, que apenas me quedaba tiempo para descansar, sin más. Viajar, hacer deporte, leer, pasear por la naturaleza, quedar con los amigos eran actividades de lujo. Sobrepasé mi límite, entré en burnout. Y todavía hoy, dos años después de considerarme totalmente recuperado, soy ultrasensible a los efectos que me causaron aquel trauma, evito a toda costa cualquier mínima exposición a ellos. Me han dejado huella y tristemente, condicionan de algún modo, mi vida diaria.
Así que, querido lector, si conoces a alguien que está así, échale una mano. Y si tienes la claridad para reconocer que puedes estar así, enhorabuena de inicio por esa capacidad de auto-consciencia. Y por favor, te animo a que en tal caso, aprendas a gestionarte y “despresurizar”.
Toda vez me supe fuera de la empresa en la que había trabajado al despedirme de la misma, mi sensación de recuperación fue inmediata. En solo unos meses me creía totalmente recuperado, solo por haber decidido dejar la empresa y haber pasado por unas cuantas sesiones de terapia. Y esta fue otra trampa de la que tuve que aprender.
Como soy hiperactivo, en cuanto me sentí recuperado y alegre, lleno de energía de nuevo y así, comencé a hacer nuevos planes. Claro, había dejado la empresa y tenía que dedicarme a algo, no concebía mi vida sin hacerlo. Tuve mil planes en proceso de ejecución. Y además, todos a la vez, modo tsunami: invertí en varias empresas, fui profesor en dos escuelas de negocio por unas cuantas sesiones, planeé con un amigo crear un club de fútbol para jugadores vegetarianos, también una escuela de formación para mujeres de la zona del golfo Pérsico (Arabia Saudí, Catar, Emiratos Árabes, etc…) junto con una amiga y profesora, fui asesor para empresas familiares y de estrategia, me hice una página web personal, pensamos formar una cooperativa con amigos para un proyecto relacionado con el consumo y cata de vinos, crear con otros socios una empresa de alquiler de bicis y estudiar varios cursos sobre emprendimiento, enseñanza en escuelas de negocio, sobre el lujo y sobre inversión a largo plazo. Y además, entre tanto, me fui tres meses a Nueva York para escribir un libro (que tengo a mitad terminar y lo acabaré publicando). Todo esto, en menos de un año y medio.
Para mi, el ritmo al que estaba sujeto para intentar canalizar todo eso no era nada fuera de lo común. Era el ritmo al que estaba habituado antes de pasar el burnout. Por eso, no entendía y me frustraba que, cuando me encontraba bien, me ponía a trabajar en ellos y enseguida, mi energía se venía abajo de nuevo, el desánimo me invadía y volvía a encontrarme en el pozo. Sentía una frustración como la que imagino a aquel deportista profesional que, tras una lesión, volvía a entrenar creyéndose recuperado de la misma para comprobar, una vez tras otra, que no era así y que volvía a recaer, haciéndole empezar de cero cada vez.
Este post, como habéis visto, ha sido de transición mayormente para aprovechar y hacerte consciente, lector, de la gravedad de un burnout y animarte a actuar. En el siguiente os cuento cómo salí de ahí y cómo ese proceso me conectó con Base Mill.