En el mundo del emprendimiento moderno, el término “pivoting” hacer referencia a cualquier cambio que se realiza sobre la conceptualización de producto, modelo de comercializción, de capitalización o en general, cualquier cambio del modelo de negocio que se realiza, por motivos generalmente detectados del mercado, o como a mi me gusta llamar, de la vida real.
En mi caso, el primer “pivoting” del proyecto no fue causado por el mercado, sino por mi consciencia de optimización energética, la cual, por cierto, fue la que dio lugar a la idea de concepto de producto inicial, sobre la que tuve que “pivotar”. Os cuento:
Tenía un producto de calidad, una idea, unos clientes objetivos geográficos y una marca. Ahora es cuando entró en juego mi obsesión por la energía. Comencé a pensar: nuestro producto se compone en un 20% de sólidos (almendra y dátil) y un 80% de agua. Aprovecho para decir que Base Mill tiene una concentración de sólidos muy alta y por tanta, muy baja de agua. A modo de ejemplo, diré que la leche de vaca tiene un 87% de agua y que nuestro cuerpo, tan sólido como parece, está compuesto en más de dos tercios por agua.
No obstante, con todo, enviar leche de almendra a Dinamarca, Inglaterra o Alemania, no dejaba de ser enviar un 80% de agua, de un país donde no hay tanta agua (España) a países donde tienen muchos menos problemas hídricos. Y sobre todo, me preocupaba que había que transportarla, con el consecuente incremento de consumo de combustible de los camiones que la transportan y así, del CO2 emitido y de la huella de carbono generada por el producto.
Pensamos en varias ideas, y dimos con la liofilización de la leche. La liofilización es un proceso por el cual se consigue la sublimación del agua. Esto consiste en eliminar el agua de los alimentos (o de lo que sea, pues es un proceso muy usado también en la industria farmacéutica) sin eliminar sus propiedades nutricionales. ¿Cómo se hace? Pues se congela el producto que se quiere deshidratar a unos 40 grados bajo cero y se mete en una cámara donde se somete a un gran vacío. De ese modo, el agua pasa de sólido (agua helada a 40 bajo cero) a vapor sin pasar por su fase líquida y así, deja el resto de compuestos de la mezcla deshidratados y con todos sus nutrientes presentes).
Este proceso nos encantaba porque conseguía eliminar el agua de la leche que elaborábamos con nuestra fórmula y proceso, manteniendo los nutrientes, para así transportar solo los compuestos sólidos, con un 80% menos de volumen y peso. Además, al estar deshidratado, el producto enviado duraba mucho más sin necesidad de refrigerarse. Todo lo que tendría que hacer el consumidor de cualquier país del norte de Europa que comprase nuestra leche deshidratada, sería añadir algo de agua caliente a nuestra dosis y ya está. Tendría nuestra leche y toda su calidad de forma instantánea con el agua de su misma casa, y habríamos ahorrado un montón de emisiones de CO2 en el transporte.
Realizamos, pues, un proyecto también con la Universidad Politécnica de Valencia, para conseguir envasar esos restos sólidos resultantes del proceso de liofilización en cápsulas compatibles con alguna de las cafeteras domésticas habitualmente presentes en muchas casas. Y lo conseguimos.
Y entonces, solo quedaba hacer pruebas reales a escala industrial, para comprobar viabilidad industrial y económica. Fuimos, recomendados y acompañados por personal de la UPV, a una empresa que tiene un equipo industrial para liofilizar alimentos. Lo que descubrí es que el tamaño de la máquina era brutal (el tamaño de la compuerta de acero podría tener un grosos de más de un metro para soportar aquella depresión que se iba a producir y el proceso era carísimo, sobre todo para una empresa que iba a empezar con pequeñas cantidades.
Además, descubrí algo que fue lo que me provocó el primer pivot. El gasto energético realizado para liofilizar un litro de leche era 15 veces mayor que el gasto energético necesario para transportar ese litro en camión a 1.000 kilómetros de distancia. O casi 8 veces mayor que para transportarlo a 2.000 kilómetros de distancia. De hecho, descubrí que, para que energéticamente sea rentable liofilizar un litro de leche, se necesita que el mismo sea transportado por camión a 15.000 kilómetros de distancia. La distancia de Madrid a Pekín es de unos 9.000 kilómetros, es decir, seguiría siendo más eficiente, desde un punto de vista energético, llevar leche con 80% de agua por camión a Pekín, que liofilizar esa misma cantidad.
Mi obsesión del ahorro y eficiencia energética no me permitía seguir adelante con aquella idea, y esto, provocó nuestro primer pivoting.